Aquella noche, como cualquiera de ellas, como todas las demás. Era la primera vez que no se cansaba de la rutina. Siempre hay una primera vez para todo, cada noche, era la primera vez para cada una de las irremplazables cosas.
En cada noche encontraba la liberación y la felicidad, lo que es sentirse realmente bien, y mejor aún, habían miles de cosas que lo proporcionaban.
-¿Estás dormida?- dijo con aquella voz, que solo él tenía.
-Claro que no, lo sabes de sobra.
-Tardas…
-No es algo que me preocupe, si vengo es para sentirte toda la noche.
-Como cada noche, tienes que dormir, al menos para disimular el cansancio mañana con tus padres, ¿no crees?
-No sé si he dejado claro que lo único que me preocupa eres tú, algún día se enteraran de esto, no va a ser eterno.
-Que lo descubran no significa que no vaya a ser eterno.-dijo mientras recorría con sus dedos la suave espalda de ella.
-Es fácil garantizar, hablar es fácil también, quisiera que fuera eterno, pero he de recordar que nada lo es.
-Y yo he de recordarte que si no me dejas estar eternamente contigo no podré demostrártelo.
-Pero…
-Eres muy pesada.-Interrumpió él.
La noche se perdió en eternos e ininterrumpidos besos.
-Buenos días princesa.